
Por Gisela Colombo*
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
El refrán tan propio del campo, bien puede ser verdadero por estas latitudes en las que, como en la madre patria, hay un culto a la amistad. Pero no acierta a describir la mayoría de los vínculos entre artistas. Quizá un ego inflamado, narcisista, susceptible, sea el que lo impide. O tal vez lo sean dos egos.

Entre esas riñas de poetas o narradores, hay una especialmente misteriosa. Nos referimos al golpe inesperado que le dio Mario Vargas Llosa a su antes amigo y después rival Gabriel García Márquez.
Fue en 1976, en la presentación de un film sobre la tragedia de los Andes, que sucedió. Ambos coincidieron en la ciudad de México, durante el evento. Evidentemente un rencor estaba vivo: por lo que sin mediar palabra alguna, y sometiendo a un hombre desprevenido Mario Vargas Llosa le dio el célebre puñetazo a su colega.
Se ha pensado que se trató de celos profesionales entre los dos autores que tiempo después recibieron el Premio Nobel de Literatura por su desempeño en el fenómeno que el periodismo cultural tituló como «boom latinoamericano». En efecto, ambos escritores participaron activamente de una revolución creativa que puso por encima los productos de Hispanoamérica, como si de un faro cultural se tratara. En muchos casos esas obras fueron escritas desde el exilio. ¿Quién sabe si la ausencia no fue responsable de la calidad literaria de esas obras?
El encuentro, de hecho, no fue en tierra peruana ni colombiana. Se vieron en el DF mexicano. Después del episodio Carmen Balcells, agente literaria de ambos buscó una y otra forma de reconciliarlos. Nunca lo logró.
En su momento algunos cronistas le preguntaron a Vargas Llosa por qué agredió físicamente al escritor de Cien años de Soledad. Pero él se conformó con responder que eso sería materia para los historiadores.
Sin embargo, no faltaron hipótesis. El público llegó a pensar que se trataba de diferencias políticas en tiempos de mucha convulsión. No olvidemos que García Márquez había publicado la crónica de un hecho real ocurrido en su patria. Lo llamó «Relato de un náufrago» y lo fue publicando por fascículos en un diario. Ni el diario ni él sobrevivieron para seguir viendo las auroras colombianas. Al exilio partió el periodista como consecuencia, por tanto, de haber revelado que el caso renombrado del náufrago que pasó diez jornadas en una balsa perdida no había sido un accidente producto de una tormenta en el Mar Caribe, sino ocasionado por una sobrecarga de electrodomésticos de contrabando perpetrada por el Caldas, buque de la marina colombiana. Naturalmente a las autoridades no les hizo gracia y García Márquez se vio obligado a irse al exilio, mientras Vargas Llosa se autoexilió también por motivos muy diferentes.
Tampoco perdamos de vista que tanto García Márquez como Vargas Llosa tuvieron un entusiasmo lleno de esperanza en los primeros años de la Revolución Cubana. No obstante, en 1971, se produjo el Caso Padilla que dividió el mundo intelectual. Padilla fue un poeta de prestigio, al que el Régimen cubano obligó a retractarse públicamente de sus dichos contra la Revolución. Fue el punto final para la esperanza de Vargas Llosa. García Márquez, mientras tanto, siguió apoyando la causa cubana.
Aunque podrían haber sido éstas las diferencias, hay razones de peso para atribuir el puñetazo a algo mucho más pasional que la política internacional.
Algunos medios abrazaron la posibilidad de que una cuestión de «faldas» hubiera provocado la agresión. Pero la mayoría coincide en que el asunto se gestó por la amistad de Patricia, esposa del peruano, quien en un momento de conflicto matrimonial, acudía a desahogarse con el matrimonio de Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez. En ese consuelo que le daban a la, por entonces, ex mujer de Mario, mientras los cuatro vivían en el exilio parisino, algo se dijo que indignó a Vargas Llosa.
¿Qué es exactamente lo dicho por la pareja a Patricia? ¿Le revelaron una infidelidad del autor limeño? ¿Cargaron las tintas sobre algún defecto suyo? ¿Le recomendaron que lo dejara? ¿O, como creyeron algunos, Gabo trató de conquistarla? Nosotros no podemos saberlo porque en un código de silencio espontáneo ambos autores se negaron a contestar una sola pregunta sobre el asunto.
Pero, como la pareja continuó después de una reconciliación, es de esperarse que Patricia le relatara al escritor todas esas charlas con García Márquez y Mercedes. En tal caso, el escritor de «La tía Julia y el escribidor» estuvo violento y rencoroso. Pero el de «El otoño del patriarca» fue completamente imprudente.
Partimos de un refrán. En honor de dos creadores, concluiremos con otro: «Quien ingresa en la hoguera de los amantes acaba siendo ceniza».
*Gisela Colombo es Licenciada en Letras. Ha escrito novelas, poemas y adaptaciones de obras de teatro. Ha colaborado en suplementos literarios y culturales. Es columnista en diferentes publicaciones mientras continúa con su labor docente.
Instagram: @gisela.colombo
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