Un informe especial sobre cómo se construyeron los linajes políticos en La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y las provincias vecinas, y por qué gobiernan las mismas familias de siempre.
Jorge Brizuela Cáceres
El Federal Noticias
En el corazón del Noroeste argentino, una arquitectura del poder se perpetúa por generaciones. No se trata solo de partidos políticos, sino de clanes familiares que se consolidaron en el siglo XX y que aún hoy definen los destinos provinciales. En La Rioja, Catamarca, y provincias vecinas como Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero y San Luis, apellidos como Menem, Saadi, Rodríguez Saá y Zamora no son solo recuerdos: son estructuras vivas. Este informe recorre las raíces de ese poder, su vínculo con las migraciones, la exclusión social estructural y los mecanismos que perpetúan la desigualdad política en regiones claves para el futuro argentino.
Exclusión, migraciones y poder: los orígenes de una estructura desigual
A fines del siglo XIX, con el auge del modelo agroexportador, el poder político y económico se centralizó en el Litoral y en la región pampena. El NOA y el NEA quedaron fuera de los grandes proyectos de infraestructura y desarrollo. Esta exclusión geopolítica creó un terreno fértil para que los liderazgos provinciales construyeran autonomías informales, basadas en el control del empleo público, los subsidios y una democracia de baja intensidad.
En ese contexto, la inmigración sirio-libanesa, mayoritariamente musulmana al principio y luego cristiana, encontró en provincias como Catamarca y La Rioja un nicho de ascenso social. Desde el comercio barrial y los vínculos con la Iglesia, estas familias lograron instalarse en el entramado social y político.






El clan Saadi: poder y silencio en Catamarca
Los Saadi son la expresión más acabada del poder familiar en Catamarca. Hijos de inmigrantes libaneses, se insertaron en la política desde mediados del siglo XX. Vicente Leónidas Saadi, caudillo justicialista, fue gobernador y senador nacional, y lideró durante décadas el PJ catamarqueño. Incluso debatió con el canciller Dante Caputo por el conflicto con Chile y la consulta popular, durante el gobierno de Raúl Alfonsín dejando marcada la frase sobre «las nubes de Úbeda» y la cháchara. Su hijo, Ramón Saadi, también fue gobernador, y bajo su mandato se desató el escándalo por el crimen de María Soledad Morales, que marcó un punto de inflexión social aunque no político: el poder del clan resistió.
Hoy, Lucía Corpacci Saadi, ex gobernadora y diputada nacional por Catamarca (PJ), representa la continuidad del apellido. El manejo del aparato partidario, los vínculos con el sindicalismo docente y estatal, y la influencia en los medios y la justicia provincial sostienen su hegemonía. El clan ha sabido reconvertirse, manteniendo el control desde la institucionalidad y con aliados que se actualizan según el signo político nacional. Además, su prima Alicia Saadi de Dentone fue senadora nacional (1988–1993) y representó al círculo político familiar.
Sin embargo, cuando el poder cambio de manos tras la intervención federal, el Frente Cívico y Social que reunía a sectores del radicalismo con parte de los peronistas excluidos, repitió el modelo, con las gobernaciones de Arnoldo Castillo (1991-1999), su hijo Óscar Castillo (1999-2003), y Eduardo Brizuela del Moral (2003-2011).






Los Menem: La Rioja como plataforma de poder nacional
Carlos Saúl Menem, hijo de inmigrantes sirios, representa el fenómeno inverso: desde La Rioja, construyó poder nacional. Gobernador en tres períodos y presidente de la Nación durante toda la década del 90, consolidó un modelo neoliberal de concentración económica, privatización y captura del sistema judicial. Su figura fue la piedra angular de un nuevo tipo de caudillismo modernizado.
Fue electo diputado provincial por el departamento Castro Barros en 1962, no llegando a asumir por el golpe de Estado. Su primera gobernación la obtuvo en 1973, tras un rápido ascenso que incluyó participar del vuelo que retornó a Juan Domingo Perón desde España en 1972, y ejerció hasta el golpe de estado que derrocó en 1976 a María Estela Martínez y dio inicio a la dictadura militar. De familia musulmana, se convirtió al catolicismo recién en 1983.
La estructura familiar se expandió: su hermano Eduardo Menem (funcionario del gobierno de facto) fue senador y presidente provisional del Senado; Amira Yoma, excuñada del expresidente, manejó relaciones internacionales e inteligencia en los primeros años de su gobierno; Emir Yoma, fue asesor clave en la toma de decisiones económicas y geopolíticas; Jorge Yoma, fue diputado y senador. El anillo se cerraba con Julio Nazareno, presidente de la Corte Suprema durante casi toda la presidencia menemista, conocido por su subordinación al Ejecutivo.
En la misma oposición riojana, el radicalismo repitió la falta de renovación de cuadros dirigenciales y la herencia familiar de los cargos.
El menemismo, lejos de extinguirse, mutó y reapareció con fuerza en el actual gobierno libertario. Hoy, el apellido Menem vuelve a ocupar un lugar central: Martín Menem, hijo de Eduardo y sobrino directo del expresidente Carlos Menem, es diputado nacional por La Rioja y actual presidente de la Cámara de Diputados de la Nación. Su designación no solo refuerza la alianza entre el mileísmo y sectores del peronismo tradicional, sino que también confirma la continuidad del linaje político como un patrón de herencia en el NOA.
A su vez, Eduardo “Lule” Menem, hijo de la prima del expresidente, Fátima Menem, y de Mohamed Menem, también ocupa un cargo de relevancia: es subsecretario de Gestión Institucional de la Secretaría General de la Presidencia. Su rol operativo en la estructura presidencial reafirma la presencia estratégica del clan Menem dentro del corazón del gobierno nacional. Con roles parlamentarios, ejecutivos y judiciales a lo largo de cinco décadas, los Menem son hoy uno de los linajes políticos más duraderos de América Latina.
Esta dinámica de inclusión pragmática del viejo poder en la nueva administración también se expresa en las figuras de Guillermo Francos y Daniel Scioli, ambos con pasado menemista, hoy piezas clave en el esquema presidencial de Javier Milei. Así, el actual gobierno articula viejas estructuras con nuevas narrativas para construir gobernabilidad.


Santiago del Estero: el poder es «bien de familia»
Santiago del Estero constituye un caso ejemplar del feudalismo político del siglo XXI: una democracia formal, pero sin alternancia ni autonomía institucional, dominada por caudillos democráticos, prácticas nepotistas y redes clientelares.
La hegemonía prolongada del oficialismo, primero con Carlos Juárez (gobernador en múltiples mandatos entre 1949 y 2001) y luego con Gerardo Zamora, gobernador desde 2005, con interrupciones formales pero con control político ininterrumpido. Lo curioso es que solo fueron remplazados por sus esposas: Mercedes Marina Aragonés de Juárez (2002-2004) y Claudia Alejandra Ledesma Abdala de Zamora (2013-2017)… o por intervenciones federales.
Un entramado institucional que controla la justicia, el legislativo y la prensa mediante reformas constitucionales, manejo discrecional del presupuesto y represión a la disidencia. Este modelo se sostiene sobre una matriz clientelar donde el acceso a derechos (trabajo, vivienda, salud) depende de la adhesión política.






El poder de los que no gobiernan: pueblos originarios y migraciones silenciadas
En paralelo a los clanes dominantes, existen actores invisibilizados. En Catamarca, La Rioja y Tucumán, los diaguitas-calchaquíes aún reclaman reconocimiento político y autonomía territorial. Aunque la reforma constitucional de 1994 y el Convenio 169 de la OIT les otorgaron derechos, su representación real es marginal.
Además, desde la década del 60, miles de personas llegaron a estas provincias desde Bolivia, Paraguay y el norte argentino. Son trabajadores rurales, empleadas domésticas y obreros de la construcción que alimentan la economía informal. Según datos del INDEC (2022), más del 45% de los migrantes de La Rioja provienen de estas zonas. Sin embargo, no acceden a cargos, ni a candidaturas, ni a sindicatos representativos.
Lo más parecido que tuvo La Rioja a un gobernador proveniente de los pueblos originarios fue Ángel Eduardo Maza, ex secretario de Minería de la Nación y autor de la Ley de Inversiones Mineras, que permitió el ingreso de las multinacionales en el negocio local. Junto a sus hermanos Jorge y Ada ejercieron el poder hasta ser desalojados por su antiguo aliado Luis Beder Herrera. Hoy tienen roles menores y cargos de conchabo.
La inmigración europea también dejó su marca, aunque con menor presencia política. En Catamarca, diversas familias se destacaron en profesiones, empresas y docencia. En Tucumán, la comunidad italiana organizó mutuales y cooperativas, sobre todo en el sector azucarero, aunque no puede dejarse de lado el ejemplo de Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, alternándose mutuamente en el gobierno desde 2015, tras los tres mandatos consecutivos de José Alperovich (2003-2015). En San Juan y Mendoza, la influencia fue más fuerte, y dio origen a partidos provinciales (bloquistas y demócratas) o alternancias políticas más estables.






Comparaciones regionales: ¿por qué algunos clanes sobreviven y otros no?
No todas las provincias del norte replican el modelo dinástico. En Jujuy, la irrupción de las organizaciones sociales como la Tupac Amaru y su líder Milagro Sala, actualmente purgando condena por diversos delitos, alteró la dinámica del poder, aunque luego regresó un liderazgo personalista y nepotista con Gerardo Morales. En Salta, el modelo de Juan Manuel Urtubey combinó rasgos familiares con apertura tecnocrática.
En San Luis, los Rodríguez Saá consolidaron un poder similar al de los Saadi, Menem, Juárez o Zamora, pero con énfasis en la gestión fiscal y la planificación estatal. En Mendoza, el peso de las clases medias profesionales, las universidades y el periodismo impidió la cristalización de clanes.
El clientelismo y adaptación
Un rasgo común a los clanes del NOA es el uso del Estado como plataforma de fidelización política. Contratos, planes sociales, subsidios, becas, y acceso a vivienda son utilizados como moneda de cambio electoral. La fragmentación de la oposición, la escasa transparencia institucional y la baja profesionalización del funcionariado refuerzan esa dinámica.
Una de las claves de la perdurabilidad de estos clanes es su capacidad de mutación. Los Menem, por ejemplo, supieron pasar del peronismo clásico al neoliberalismo, y hoy tienen vínculos con el gobierno de Milei. Los Saadi, del verticalismo partidario al consenso nacional. Los Juárez y los Zamora, dentro del matrimonio, incluso cambiando de partido. Lo que permanece no es el discurso, sino la estructura: cargos, territorios, sindicatos, medios. Y si hacemos una toma mas amplia, el caso de Gildo Insfrán en Formosa directamente nos deja sin aliento: reelecto 7 veces desde 1999.
Hacia una representación real: desafíos y obstáculos
La democratización de estas provincias no puede reducirse a lo electoral. Hace falta una transformación cultural, económica y educativa que incluya a mujeres rurales, pueblos originarios, jóvenes precarizados y migrantes. Recién cuando esos sectores accedan a bancas, ministerios y sindicatos se podrá hablar de ciudadanía plena.
El feudalismo político en el NOA no es una anomalía ni un residuo del pasado. Es un sistema racional de control del poder, sostenido por una combinación de legalidad a medida, pobreza estructural y cultura clientelar. Para desmontarlo, es necesario comprender sus engranajes, visibilizar sus efectos y promover alternativas democráticas reales, con ciudadanía activa, justicia independiente y políticas públicas que devuelvan el poder a la sociedad.
Mientras tanto, el poder sigue en manos de los que siempre lo tuvieron. Con nuevos nombres o viejas alianzas, con partidos tradicionales o libertarios de ocasión, pero con una lógica intacta: la del feudalismo argentino que se resiste a morir.