Tiene como característica su superficie con formas de lomadas, de ahí el origen de su nombre.
Se caracteriza por ser «capital nacional del horno», sus temperaturas superan los 40º fácilmente, con una máxima absoluta registrada en verano de 53.8º.
Se encuentra a 40 Km. de «El Bañado La Estrella», uno de los tres humedales más grandes del mundo y el segundo en Sudamérica.
En la zona se realizan viajes de observación de aves, considerados de las más completas en el país por su inigualable bio-diversidad.
El origen de Las Lomitas está asociado a la construcción del Ramal Ferroviario Formosa-Embarcación que se comenzó a construir en el año 1908 desde Formosa y las vías llegaron alrededor del 1914, año en que se fundó el primigenio poblado.
Los primeros en quedarse en la zona fueron los operarios que trabajaron en el tendido de la red férrea, el flamante pueblo se denominaría Fortín de la Gran Guardia Las Lomitas.
Aunque su historia no comienza allí. El interior de Formosa es un viaje a la profundidad de sucesos que aún nos interpelan como país, atravesado por lo no contado, lo vedado, por los quiebres y continuidades que involucran procesos políticos, sociales y culturales, que conviven sobre una línea muy delgada de aquello que no está resuelto y desnuda nuestras miserias y contradicciones.
Entre ellas la del pueblo Pilagá, el más antiguo del actual territorio formoseño, como los Qom y Wichi que habitaban y habitan, toda la zona como pueblos cazadores y recolectores siendo desplazados.
El avance de las campañas militares para establecer el territorio nacional, el desembarco de las misiones y la consolidación de la evangelización, la construcción del tramo férreo que comunica parte de la provincia de Formosa y los ingenios azucareros y plantaciones de algodón como mano de obra barata delinearon la conformación de Las Lomitas y otras localidades.
Según el último censo del INDEC (2010), suman entre 8.000 y 9.800 los habitantes formoseños de origen Pilagá, distribuidos en 19 comunidades en el centro de la provincia de Formosa, aunque algunos viven también en Chaco. Entre ellas habitan Ayo La Bomba, en cercanías de Las Lomitas.
Allí se vivió la masacre pilagá, una de las historias más tristes y menos conocidas de la Argentina.
Los abuelos pilagá, luego de más de medio siglo, pusieron voz a la matanza de dos mil indígenas convocados por un sanador que cayeron en una trampa mortal, donde cientos fueron asesinados por la Gendarmería en el Gobierno de Juan Domingo Perón en 1947.
En 2005 la Federación de Comunidades demandó al Estado pidiendo justicia y en 2019 se reconoce la masacre indígena como crimen de lesa humanidad.
Sin ánimo de soslayar hechos históricos tan significativos, llegar a Las Lomitas también es reconocer las artesanías del pueblo pilagá, toba y wichi; verdaderas representaciones de sus vidas, en el desarrollo y futuro de sus pueblos a pesar del dolor y la explotación que han sufrido.
La historia de los pueblos originarios nos interpela y en sus grietas pueden irrumpir destellos de posibles.
Tapices, alfombras, cestas, mantas, ponchos, bolsos, fajas, vinchas, yicas, sikiat, kanatec, kajutí, artículos de cestería, collares, pulseras, tobilleras, morteros, jarras, cubiertos, animalitos y figuras humanas talladas en madera.
La materia prima utilizada por estas tres culturas proviene de elementos naturales, como la lana, la fibra vegetal de totoras, palma y paja brava, semillas, conchillas de río, colas de tatú, frutos de monte, plumas, madera, cuero, arcilla.
Artesanías de manos pilagá
Realizan un trabajo muy fino de cestería con la hoja del carandillo. “Laqtasatanyi” significa carandillal, es decir, lugar donde abunda la pequeña palmera que crece en el monte del centro-oeste del territorio formoseño, donde las mujeres se internan en grupos para cortar sus hojas, para desfibrarlas y secarlas al sol.
Convertidas en cintas o hilitos, comienza el diseño. Manos al sol combinan tramas básicas o la búsqueda de formas y detalles en trenzas y rombos que evidencian el desarrollo de una labor ancestral basada en la cestería.
Trabajo originario, ecológico y cultural de un oficio que perdura, trasciende generaciones y dialoga con los intercambios sociales y comerciales de esta época.
Una forma de recrear la convivencia poniendo en valor la comunidad, el saber de las madres y las abuelas, promocionando sus artesanías para sobrevivir y mantener su esencia.
Reconocer en nuestros lugares sus características geográficas, ubicación así como sus historias y las de su gente es una manera de acercarnos y re-conocernos como partes de esta tierra.
Cuando hablamos de pueblos originarios la implicancia es otra, se trata de reconciliar mundos que han sido trastocados por sucesos con múltiples miradas.
En Formosa, Las Lomitas como en cualquier otra latitud de este inmenso país, acercarnos a los que nos precedieron es saber quiénes son, cuántos son, dónde están, cuáles son sus necesidades, cuáles sus saberes y reconocer su potencial.
Se estima que el número de personas indígenas podría estar entre 800.000 y 2.000.000 de personas distribuidas en todo el país.
La tierra es su cultura, su espacio y su mundo. Es el lugar donde descansan sus muertos, donde crecen sus hijos y donde transitan su vida.
La tierra es de ellos, nunca dirán mía o de él, dirán nuestra.
He’ga, soy pilagá, resiste con manos artesanas, paciencia encallecida, bajo un sol que vomita fuego pero que en las grietas de su tierra, en este caso Las Lomitas, podemos reencontrarnos.
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