Yo soy malo, por eso mi abuela no me quiere y mi mami tampoco. Es que cuando yo nací mi papá se pegó un tiro por mi culpa. Cada vez que visito a la abuela ella casi no me habla, pero cuando se cruza conmigo murmura entre dientes: «Este no es hijo del finadito. Es un bastardo. Si no fuera por esa yegua de mierda, mi hijo estaría vivo». Yo no sé lo que es bastardo, pero debe ser algo feo, porque los ojos de la abuela se ponen como un carbón encendido y escupe varias veces en el piso. Tampoco sé a qué yegua se refiere porque mi papá no andaba a caballo… me contaron. Yo creo que ella dice eso para consolarme, porque me tiene lástima. Pero debo ser lo más malo que hay porque ni nombre tengo, mi mamá siempre me dice pendejo, vení pendejo, pendejo me volvés loca. Y que yo sepa pendejo no es ningún nombre. Los chicos de la escuela no se llaman pendejo. También los hombres que vienen de noche preguntan: «¿Qué hacemos con el pendejo?» «No te preocupes, está dormido», dice mi mamá mientras se pasea desnuda por la pieza. Al rato se mete en la cama y se queja, grita. Seguro que le pegan y ella quiere que yo la vea sufrir porque se le murió el marido por mi culpa. Yo una vez casi me fui de mi casa, llené la mochila con ropa y me fui a la estación. Pasé toda la noche, pero no vino ningún tren. Entonces me estiré en el banco del andén y me puse a dormir. Me despertó la luz del sol y dos hombres me miraban como bicho raro.
—¿Este es el hijo de Sebastián?— dijo uno que tenía gorra visera.
—Ja, ja, ja— se rió el de bigotito.
—si el Sebastián no podía. La yegua le metió el perro.
Otra vez con la yegua… y ¿de qué perro hablan? En casa no hay perros y mi papá tenía un rastrojero, dice la abuela, así que no sé de dónde sacan lo de la yegua. Esa misma mañana, como vi que el tren no pasaba me volví a mi casa, despacito, porque me dolía la panza. Cuando llegué mi mamá apenas me miró y me dijo: «¿dónde te habías metido, pendejo?». Yo me fui derechito al baño y vomité y después me agarró fiebre. Volaba de fiebre. Lo último que me acuerdo es que vinieron dos señores vestidos de verde y me llevaron en una cama chiquita adentro de una camioneta blanca.
Del libro Crímenes impunes y otras maldades. Olga Liliana Reinoso. Ed. La hora del cuento, Río Cuarto, Córdoba, 2021.
Por Gisela Colombo
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
Gisela Colombo es Licenciada en Letras. Ha escrito novelas, poemas y adaptaciones de obras de teatro. Ha colaborado en suplementos literarios y culturales. Es columnista en diferentes publicaciones mientras continúa con su labor docente.
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