¿Qué travesía literaria podría hacerse si el guía fuera San Juan de la Cruz, pero acudieran también los poetas malditos, la astrología, el tarot y la Biblia? ¿Qué vía andaríamos si cada tanto paráramos a grabar radioteatro, a aconsejar amas de casa en una consultoría sentimental o a redactar el horóscopo para Clarín?
Gisela Colombo
La Pampa

Olga Orozco fue una poeta argentina nacida en 1920. Su talento y labor literaria permanente durante al menos cinco décadas la convirtieron en un emblema de la literatura nacional pero también la consagraron como la más grande poeta que dio la Provincia de La Pampa. Olga vivió poco tiempo en la provincia, pero nació en Toay, una localidad hoy contigua a la ciudad capital y, entonces, la más próxima. A tal punto que Toay y Santa Rosa se disputaron la sede de la capital en un polémico conflicto con aguas, tubos de ensayos y pretendidos fraudes.
A los ocho años, Olga partió con su familia hacia Bahía Blanca, ciudad en que vivió ocho años más. Luego se trasladó a la Ciudad de Buenos Aires, donde estudió magisterio y comenzó a desarrollarse en el ámbito literario.
Durante esos primeros años de actividad cultural, la autora escribió para la prensa, fue crítica teatral y trabajó en radio. Incluso se lució como actriz de radioteatros en Radio Splendid.
Más tarde, se ganaría la vida escribiendo en Claudia, revista femenina de gran popularidad, donde llegó a tener una columna que funcionaba como una consultoría sentimental. También incursionó en la difusión de la astrología y en los horóscopos para el diario Clarín.
Uno de los temas más presentes en la poesía de Olga fue la infancia. De ese pozo extraía la poeta inspiración, sensibilidad y expresión prístina y veraz, características de sus poemarios. Su abuela María Laureana alimentó el retorno permanente a los primeros años de vida. La memoria de la percepción pre-lógica y sensible de la experiencia.
No extraña, por tanto, que Olga Orozco tuviera siempre una fascinación por los misterios de la vida, del más allá, de las presencias que conviven, invisibles, con el mundo material. En esta senda, estudió el Tarot, que utilizaba como oráculo. Incluso registró esa actividad en una serie de poemas (“Cartomancia”). Asimismo, conoció muy bien el I Ching, al que consultaba con idéntico interés.
Y era profundamente religiosa. Católica. Aunque con una mirada más compatible con las corrientes gnósticas internas de la Iglesia, que nunca han sido silenciadas a pesar de los combates rubicundos de los primeros siglos de la era cristiana. Esta visión, la gnóstica, muy característica de los poetas órficos era también la suya. De tal modo, ella no sentía que hubiera contradicción entre lo esotérico y el catolicismo. Diríase que no prestaba oídos a la dualidad que la encíclica papal Rerum Novarum había planteado. Justo es decir que, antes de ese fin del siglo XIX en que se expidió el documento de la Iglesia que cuestionaba todas las heterodoxias en boga, no había un manifiesto —tajante, explícito y difundido— de la Iglesia, al respecto.
Más allá del conocimiento de estas corrientes filosóficas y de los saberes bíblicos, las fuentes literarias que sustentan la cosmovisión de Olga Orozco han sido la mística de San Juan de la Cruz, pero también los irreverentes Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire. Rainer Maria Rilke resultó también una influencia innegable.
Por otra parte, conmovida por los mismos dolores que animaron a la generación del ’40. Esta generación fue la reacción estético-espiritual, y hasta ética, frente a los horrores de las Guerras Mundiales. También ella se sintió emparentada con esta, causa que canalizó un grupo relevante de creadores por aquellos años.
No obstante, esta hondura con que la poeta pampeana asumía la existencia no menguaba su compromiso con la realidad. Ni siquiera adormecía la memoria del deber que San Agustín había explicitado como irrenunciable para el hombre justo y pío, cuando así lo requirieran los abusos del poder. Se era alguien probo en la medida en que no se cerraban los ojos a la realidad y no se tornaba uno un indolente ante las injusticias. Pero también había espacio en su vida para temas livianos, divertidos o frívolos. Prueba de ello son sus labores periodísticas en publicaciones pasatistas.
La autora estuvo casada con Valerio Peluffo desde 1965, hasta su muerte, en 1990. Nueve años más tarde —y como consecuencia de un paro cardíaco— murió la poeta.
Cinco años antes ya la Provincia de La Pampa había consagrado su antigua vivienda a la función del Museo que lleva su nombre. Su visita es sumamente interesante porque allí se conservan muchos de los objetos personales y parte de su biblioteca. Pero lo más curioso son los registros manuscritos de las creaciones poéticas de la autora. Listados de palabras buscando una rima, el sondeo detrás de una expresión perfecta y toda clase de ejercicios que documentan la génesis de su poesía.
Olga Orozco fue acreedora de distinciones durante toda su vida. Desde el «Premio Municipal de Poesía», el del Fondo Nacional de las Artes, el Certamen “Esteban Echeverría”, el Premio de Honor de la SADE, el “Gabriela Mistral”, el Konex de Platino, la laurea de Poesía de la Universidad de Torino y el Premio Juan Rulfo, entre otros.
Sus obras más relevantes han sido Los juegos peligrosos, Cantos a Berenice, La oscuridad es otro sol, Mutaciones de la realidad, En el revés del cielo, Con esta boca en este mundo, También la luz es un abismo y varias antologías. Hoy Adriana Hidalgo Editora ofrece sus obras completas en una edición jugosa, que de ningún modo admite excusa.