En estos tiempos de aislamiento y distanciamiento social obligatorio, me han venido a la cabeza, recurrentemente, un cuento y un libro.
El cuento es Casa Tomada; su autor es Julio Cortázar. El libro, que incluso dio lugar a una muy buena película protagonizada por Peter Sellers, se llama Desde el jardín, y fue escrita por Jerzy Kosinski.
Voy a intentar hacer un resumen de ambos. Comienzo por el cuento.
Dos hermanos habitan una espaciosa y antigua casa. Él es un intelectual apasionado por la lectura, esperanzado en que el país recupere el rumbo en materia de cultura y educación. Ella, es una mujer tranquila y sencilla que no sale de la casa y pasa el día tejiendo. De repente y sin que medie razón alguna, unos desconocidos se apropian de una parte de la casa. Ellos, en lugar de recurrir a la policía o responder con violencia, deciden replegarse. Aún no sienten miedo; suponen que esa ocupación es temporal. Piensan que ya se van a ir.
Los hermanos continúan con su rutina salvo que, por temor de dejar la casa sola, ya no hacen compras en el exterior. Los desconocidos advierten en esta actitud una señal de debilidad, por ello, avanzan y toman más espacios.
Lo que más desespera a los dueños de casa son los murmullos. Apoyan sus oídos en las paredes para escuchar mejor. Quieren saber cuáles son los planes de los intrusos. Al no poder entender lo que dicen, se repliegan aún más; hasta que terminan abandonando la casa.
Desde el jardín, es una novela corta, narrada con sencillez y encanto. Su protagonista es Mister Chance (“oportunidad” en castellano). Es un jardinero analfabeto que, de lo único que sabe -y lo único que le interesa- es su trabajo y ver televisión. El dueño de casa fallece y él queda en la calle, donde sufre un accidente. Una señora lo recoge y lo lleva a su casa. Allí conoce a un anciano muy conectado social y políticamente. Simpatizan, entablan interesantes conversaciones.
La simpática mujer conecta al señor Chance Gardiner (jardinero) con empresarios, medios de comunicación, el secretario de las Naciones Unidas e incluso el presidente de los Estados Unidos. Lo tratan como una eminencia, un gurú. Todos quedan deslumbrados con sus supuestas metáforas, que no son más que las pocas frases que puede hilvanar a partir de sus limitados recursos intelectuales y citas televisivas.
Llevamos más de cuatro meses de aislamiento. Nuestra casa, la República Argentina, está tomada. No podemos salir, trabajar, disfrutar del contacto con familiares y amistades.
Sentimos los ruidos en las paredes, los intrusos cada vez se apropian de más bienes. Rompen nuestras alacenas, las plantas se secan porque nadie las riega. Los objetos más valiosos, aquellos que nuestros padres y abuelos compraron hace más de cien años, se los llevan; pero son tan torpes que no saben cómo funcionan y los abandonan. Llegan los proveedores a la casa. Los productos quedan al sol, se pudren.
Quien encabeza a los intrusos no es su líder. Se sabe un Impostor, por eso duda continuamente; avanza y retrocede. Quiere quedar bien con sus jefes y a la vez nos golpea la puerta invitándonos a aguantar: dice que él tiene un plan. Cuando le preguntamos cuál es, no responde.
Sobre nuestras deudas, dice que no nos preocupemos; ya llegará el momento de pagarlas, por ahora sólo le preocupa nuestra salud. Pero en cuanto intentamos abrir la puerta nos grita, nos dice que nos va a mantener en casa, por las buenas o por las malas.
Impone miedo. Habla de una familia de pueblos originarios que han sido violentamente golpeados e incluso violados porque quisieron salir. Lo mismo le pasó a un albañil, que fue asesinado por policías.
Su delito había sido salir sin permiso para llevarle dinero a su mamá. Un chico de un pueblito desapareció hace casi tres meses y nadie conoce su paradero. Otra joven salió sin autorización y apareció ahorcada en una celda. Mejor quédense en casa, afuera no hay seguridad, dice.
Sólo nos resta mirar televisión o escuchar radio. Nos transmiten más preocupación. Un señor, abanderado de los pobres, acérrimo defensor del Estado y su sistema público de salud, ha contraído coronavirus. Se internó en el sanatorio Otamendi, lo mismo que hizo el Ministro de Salud. En la provincia de Buenos Aires I.O.M.A. ha suspendido la atención a sus afiliados, por eso el gobernador afilió a todo su gabinete a O.S.D.E. También escuchamos hablar sobre los odiadores seriales; y tienen razón. El recién internado pidió que fusilaran a un ex presidente en la plaza de Mayo, otro pidió otra forma de ejecución: que lo colgaran.
Parece que muchos ciudadanos salieron, con las medidas preventivas del caso, a pedir por la libertad. Una intendente del conurbano dijo que había que matarlos a todos, mientras que otros pidieron que un actor y una científica, que llevaban una pancarta, fueran presos. Periodistas que se atrevieron a cuestionar el aislamiento reciben agresiones y amenazas que fueron celebradas hasta por el propio Impostor.
Vemos por televisión que (según un estudio de Taquión Research Strategy) de poder hacerlo, ocho de cada diez argentinos abandonarían la casa, igual que lo hicieron los personajes del cuento de Cortázar, que -entre paréntesis- también tuvo que abandonarla. Lo escuchamos al Impostor decir que extrañaba a un grupo de amigos, que en su momento habían ocupado las casas de Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia y Venezuela. Uno falleció, otro está prófugo y dos presos o libertad condicional. Tal vez sus sentimientos sean tal fuertes que decida seguir sus pasos. Cuando eso ocurra, saldremos al jardín, regaremos las plantas, pintaremos las paredes y arreglaremos las cañerías.
Lo que estaría muy bueno es que aprendamos de la experiencia. Que si un intruso te dice que volverá mejor, le hagas caso: volverá mejor, más sofisticado. También nos podemos preguntar por qué los dejamos entrar. La respuesta es simple, dejamos la puerta abierta, cometimos errores graves, aprendamos de ellos. Nuestros vecinos, ya los corrigieron.
*Sergio Capozzi: Abogado, docente universitario, posee una maestría en Historia Política Contemporánea, consejero del Comité Olímpico Argentino, Árbitro Institucional.
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