
Por Gisela Colombo*
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
La poesía es diferente al resto de los géneros literarios. Al teatro le interesa cumplir una función apelativa, que llame al espectador a dejarse transformar por medio de la catarsis. A la narrativa, compete el contar hechos, reales o no; crear un mundo total y paralelo al de la realidad. Pero la poesía es otra cosa… No se trata de contar, ni de provocar catarsis. Es la función emotiva la que prevalece. Y el oído resulta el más herido de los sentidos.

Un ritmo, un uso cadencioso de la palabra acerca la lírica a la música. Es que ambas están emparentadas indisolublemente. Por ello llamamos «lirics» a las letras de las canciones, y «canto lírico» a las técnicas vocales ordenadas a interpretar música docta. En efecto, el origen de la poesía fue un recitado en compañía de la música de la lira. De allí, la denominación.
Las letras de las canciones son poesía.
Aunque no compremos libros de este género, lo consumimos sin saberlo, permanentemente.
En las prioridades de la poiesis (ejercicio poético), que suene bello está incluso por encima de que el texto sea claro, lógico o comprensible. No obstante, opera sobre una imaginación especialmente plástica.
Es una evidencia la belleza sonora que busca el poema. La percibimos de inmediato. Todo género literario edifica a partir de las palabras. Y la palabra está formada por un sonido que se asocia a un sentido, lo cual significa que en una palabra –y, por extensión, en un poema̶– la belleza puede ser perceptible por el sonido o por el sentido. En el sentido la emoción estética puede nacer de una actitud heroica, de la dignidad de un acto, o dependerá de las imágenes desplegadas en la imaginación del lector a partir de la lectura o la escucha del poema.
Al reflexionar sobre los mecanismos de la poesía, podríamos ilustrar sus momentos como si se tratara de un circuito de causas y efectos. ¿En qué consiste? En principio, ocurre un proceso de metaforización del autor, el poeta toma una imagen para retratar su mundo interior. Esa imagen queda cristalizada en el poema independientemente de la circunstancia que llevó al autor a sentir aquello que la imagen retrata. Es cuando emerge el símbolo. Cuando el lector recibe ese «símbolo» despojado de experiencias. Toma la imagen y tiende a re-metaforizarla con su propia experiencia. La baja al ejemplo de experiencia que ha vivido u observado experimentar a otros.
Pongamos un ejemplo: Supongamos que el poeta recuerda un episodio en que el mar, en una de sus convulsiones de bajamar habituales le hizo sentir que se lo tragaba, impidiéndole regresar a la orilla. Supongamos que ese hecho impactó al niño de seis años que fue y todavía hoy piensa en el mar como un peligro, un pulpo de mil tentáculos que quiere llevárselo hasta el lecho marino. Supongamos, también, que décadas más tarde se le ocurre crear un poema en el que un mar embravecido se torna su modo de describir en imagen la sensación de estar siendo atraído por alguien o algo que le resulta ineludible por más inconveniente que sea. Ahora imaginemos que en su poema el autor se vuelca en el paisaje y jamás menciona que tiene una pasión malsana hacia una mujer, una droga, una conducta autodestructiva o lo que sea…
Como «la poesía no se explica», la situación subjetiva que dio lugar al poema no se revelará. Aunque sí estará intacta la descripción del mar cuando atrae y hace imposible liberarse. Al arribar a las manos de un lector, la imagen del oleaje que lo interna cada vez más lejos de la costa, llegará como un símbolo que pronto la sensibilidad del receptor convertirá en aquello que, desde su experiencia, puede identificarse con el mar inclemente. El lector podrá leerlo, según su experiencia, como una sustancia adictiva, como una pasión autodestructiva, como una relación enfermiza…
Cuando el lector lea por primera vez el poema se maravillará frente a la pericia del poeta para describir el estado interior del lector/receptor. Se preguntará qué inspiración pudo soplarle al oído exactamente lo que siente uno de sus lectores (él mismo). «Parece haber sido escrito para mí», se dice. Y esta admiración se debe a la ambigüedad del símbolo y la naturaleza abierta de la poesía. El lector vuelve a metaforizar la imagen y la carga de su propia experiencia. Es el momento en que se cumple la función emotiva que mueve del mismo modo al lector cuanto movió al poeta al ser escrita. Ese encuentro de dos espíritus es el milagro de la poesía.
En la medida en que el poeta tiene genio, mayor grado de re-metaforización suscitará en los demás su creación. Cuando el artista es infecundo o excesivamente prosaico produce esas frases unívocas y, por tanto, muy poco poéticas. Los «pingüinos en la cama», ¿pueden realmente cargarse de un sentido diferente a que dos amantes ya no sientan deseo mutuo? Los juegos absurdos de poner en alquiler «el cuarto creciente de la luna» o «tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra», insuperable en su mal gusto, figuran en el catálogo de lo no poético. Esas fórmulas están tan lejos de la poesía como de Plutón. Si la musa tiene piel de naranja o un humor hormonal irritable es riesgoso poetizarlo. Habrá que lograr enormes habilidades para convertirlo en algo bello de ser imaginado.
«No consigo respirar
Hago apnea desde el día en que no estás
Caigo hasta el fondo del mar, arañando la burbuja en que no estás…»
Estos versos que pertenecen a Ricardo Arjona, alguien que vive de su poesía y de su música, no aciertan en convocar ni la belleza del objeto descrito, ni la locuacidad del poeta. En las antípodas, dice Borges:
«¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?»
Vaya aquí un homenaje a los poetas que nos arrancan la emoción estética porque han sabido donar sus imágenes para que los lectores escriban, en idénticas palabras, su propia historia.
*Gisela Colombo es Licenciada en Letras. Ha escrito novelas, poemas y adaptaciones de obras de teatro. Ha colaborado en suplementos literarios y culturales. Es columnista en diferentes publicaciones mientras continúa con su labor docente.
Instagram: @gisela.colombo
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