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Desde el barrio obrero del Cerro de Montevideo hasta las estepas de Siberia pasando por San Petersburgo y Moscú, «Nasha Natasha» cuenta dos viajes, uno siguiendo la última gira de Natalia Oreiro por 16 ciudades de Rusia, y otro que va por la vida de la actriz y cantante para descubrir y entender el fenómeno que todos los rusos llaman «Nuestra Natalia».
El documental se estrenó en junio de 2016 en el Festival Internacional de Cine de Moscú, con presencia del director y de la artista, pero hasta ahora no había tenido una exhibición a nivel global. «Nuestra Natalia», le dice el público ruso a Natalia Oreiro, y así, con solo dos palabras, definen el vínculo que entablaron con la cantante y actriz uruguaya. Por un lado, es una expresión que marca un sentido de pertenencia y, por el otro, alude a Natasha, un nombre muy común en su cultura.
El rostro de Oreiro apareció en sus pantallas por primera vez con la novela Ricos y famosos, pero nada se compara con lo que generó Milagros Esposito, la Cholito, ese entrañable papel de Muñeca brava que marcó a fuego a sus seguidores de Europa del Este. El personaje fue parte de su infancia y, al mismo tiempo, les hizo ver que era posible encontrar en una figura femenina de ficción esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza. Milagros iba de frente, pero también cargaba con el peso de la pérdida. Milagros podía ser una amiga más de tu grupo. Milagros era una mujer natural. Como Natalia.
Nasha Natasha, que llega a Netflix el jueves 6 de agosto, no solo abarca ese importante período en la vida de Oreiro (a quien vemos cómo se prepara cuidadosamente para cada show, desde el setlist hasta el vestuario; rodeada de sus fans aceptando sus regalos en plena euforia, y triste en su habitación de hotel extrañando a su marido Ricardo Mollo, y a su hijo Atahualpa), sino que también nos transporta a la infancia de la cantante. Con textos de Eduardo Galeano y una narrativa cíclica, el documental cuenta, entre otros, con testimonios de los padres y la hermana de Natalia, quienes nos terminan de configurar esa imagen definitiva de la artista: la de una niña que se divertía jugando en la casa de su abuelo, la de una niña que estudiaba corte y confección, la de una niña que quería «ser alguien importante».
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En el trabajo de Sastre se ahonda en el valor de la vuelta a los orígenes, en cómo episodios de la infancia se conectan con un presente donde la creatividad se resignifica. «La realidad está más en el sueño que en la vida», dice Ricardo Mollo en el documental, describiendo a su pareja como una mujer que se compromete con cada proyecto con la imaginación desplegada en todas sus formas. Con el vuelo de quien se atreve a soñar bien alto.
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