Hay errores que no lo son. Frases torpes, afirmaciones absurdas y expresiones grotescas que, lejos de ser espontáneas, están fríamente diseñadas. No se trata de ignorancia genuina, sino de una estrategia discursiva que busca empatizar con los sectores más castigados, incluso si eso implica degradar el debate público. En Argentina, en Latinoamérica y en el mundo, crece el fenómeno del dirigente que se hace el bruto para ganar votos.
Jorge Brizuela Cáceres
El Federal Noticias


El verano de Kicillof y la nostalgia de Quintela
En diciembre de 2024, Axel Kicillof, gobernador de Buenos Aires, aseguró que «si no hubiera Estado, no habría verano». La frase fue ridiculizada en redes, pero no fue ingenua. El exministro, exdiputado y economista sólidamente formado, sabe que el verano es un fenómeno astronómico. Su objetivo no era explicar nada, sino polarizar: mostrarse como el defensor del Estado frente al discurso libertario, a través de una afirmación tan absurda como eficaz.
Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja, no se queda atrás. En 2020, lamentó el cierre de prostíbulos en su provincia: «A mí me preocupa todo, porque si se abre un sector los otros sectores también van a presionar. Aquí tenemos cerrados cabarets, tenemos cerra… perdón… eh eh, fiestas, tenemos cerrados bares, confiterías, boliches bailables, hoteles, tiendas, tenemos todo cerrado». La frase, además de revictimizante, presenta una defensa implícita del sistema de prostitución. Y aunque contraría toda política de género, conecta con el sentido común de una parte del electorado. Quintela no habla desde la ignorancia: habla desde la estrategia.
Ignorancia performativa: base teórica y evidencia
El concepto de ignorancia performativa refiere a la adopción consciente de discursos que desprecian la complejidad y relativizan la evidencia empírica, con el fin de conectar emocionalmente con el electorado. Es una forma de hacer política basada en la simplificación deliberada y en la exaltación de una supuesta «autenticidad popular». Como analiza María Esperanza Casullo en ¿Por qué funciona el populismo?, no se trata solo de lo que se dice, sino de cómo se dice: la forma es el mensaje.
La investigación académica también lo respalda. Estudios sobre comunicación política muestran que muchos mensajes electorales priorizan la conexión emocional sobre el argumento racional. En este terreno, la ignorancia performativa no es un error: es una herramienta de poder.


Maduro, Evo y el poder de lo absurdo
En Latinoamérica, la ignorancia performativa alcanza niveles caricaturescos. Nicolás Maduro afirmó que «Cristo multiplicó los penes» (quería decir «peces»). También contó que Hugo Chávez se le apareció en forma de pajarito. La desinformación no debilita su liderazgo: lo refuerza ante sus seguidores, que ven en él una figura auténtica, alejada de los tecnócratas.
Evo Morales también capitalizó su falta de estudios formales. Dijo que «el pollo con hormonas causa homosexualidad» y que no necesitaba ser técnico porque tenía «sabiduría del pueblo». Su estrategia fue clara: contraponer el saber popular al saber ilustrado, reforzando su identidad de líder emergido del pueblo.


El teatro de la brutalidad y el dilema de los que no se hacen los brutos.
No es un fenómeno exclusivo de nuestra región. Donald Trump, Jair Bolsonaro y Nayib Bukele también hicieron de la ignorancia una forma de comunicación política. Trump negó el cambio climático, Bolsonaro recomendó remedios sin evidencia y Bukele gobierna por tuit. Todos apelan al mismo mecanismo: construir legitimidad no desde la verdad, sino desde la rebeldía.
Este comportamiento no es único ni se presenta solo: la concurrencia a eventos religiosos o paganos, como procesiones o santuarios; mostrarse como fanático de un determinado equipo deportivo (generalmente el más popular) y participar de los espectáculos destacándose en la tribuna o palco; utilizar en el discurso mediático canciones, expresiones, frases o dichos populares. aún sin estar seguro de su significado o racionalidad, todo esto conforma un perfil de político «del pueblo», muy apreciado por la izquierda y la derecha.
Quienes defendemos la razón, la evidencia y el lenguaje bien usado enfrentamos un dilema: si corregimos con soberbia, nos volvemos elitistas. Si callamos, dejamos el espacio libre y permitimos la legitimación de este tipo de accionar. El desafío es otro: recuperar el valor de la palabra sin perder la empatía.
Porque si los brutos ganan votos, no es por sus errores, sino por nuestros fracasos.-
