
Por Ariel Sribman Mittelman
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
“Cuando ella habla, habla por mí”. No es la letra de una canción de amor, sino la frase, tan sintética como potente, con que Joe Biden condensó la relación de confianza que lo liga a su vicepresidenta, Kamala Harris. Ocurrió el 24 de marzo: el mismo día en que Cristina Fernández era presentada (¿equivocadamente?) como Presidenta de la Nación en un acto por el Día de la Memoria. Biden pronunció la frase al encargarle a su vice la gestión de la llegada masiva de inmigrantes a la frontera entre Estados Unidos y México. Un encargo de enorme responsabilidad, que obliga a replantear la figura de Harris: ¿vicepresidenta o copresidenta? No irá desencaminado quien se adelante al argumento y extrapole la pregunta al caso argentino.
Fue una semana sobremanera fértil para quienes analizan las relaciones entre presidentes y vices, titulares y suplentes, monarcas y sucesores. Apenas unos días antes, Pablo Iglesias anunciaba su renuncia a la Vicepresidencia Segunda del Gobierno de España, esto es, su salida del Ejecutivo. Ponía fin a algo más de un año de difícil convivencia con el Presidente, Pedro Sánchez. Tanto es así que en septiembre de 2019, cuando se presentó por primera vez la ocasión de formar un gobierno de coalición entre el Partido Socialista de Sánchez y el partido Podemos de Iglesias, la respuesta del primero fue rotunda: con Iglesias de vice, “sería un Presidente del Gobierno que no dormiría por la noche”.
La frase evoca –por contraste– una de las escenas icónicas de la historia política del siglo XX, con su correspondiente eslogan: “Contigo a cargo, estoy tranquilo” de Mao Tse Tung a Hua Guaofeng, su potencial heredero. Una ilustración de la escena muestra a Mao apoyando su mano sobre la de Hua, manifestando esa serenidad a través del contacto físico, en un gesto casi paternal.
Volviendo a España, y a propósito de gestos paternales entre líderes y sucesores, la Princesa Leonor celebró esa misma semana su primer acto oficial en solitario. “Cuando ella habla, habla por mí”, podría sentenciar su padre, el Rey Felipe: no habría en la afirmación un ápice de falsedad. Tampoco lo habría si, pensando en su sucesión, cambiara esa frase por la de Mao.
Todos los caminos conducen a Buenos Aires. La propia semana, el Financial Times titulaba “Se hace evidente el dominio de Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina”. ¿Algo nuevo bajo el sol? Parece claro que no: el equilibrio de fuerzas había quedado definitivamente claro el día en que Cristina anunció la nominación de Alberto Fernández como candidato a Presidente, allá por mayo de 2019. Sin embargo, la coincidencia en el tiempo de escenas contrastantes permite observar bajo nueva luz las proporciones al interior del Ejecutivo argentino.
Podría decirse que a Alberto se le escaparon dos lecciones que ofrece la historia política. La primera tiene que ver con la indisponibilidad de la corona. Se trata de un debate que alcanzó gran intensidad en la Francia tardomedieval: ¿podía el rey disponer de la corona para transmitirla a quien quisiera? ¿Tenía derecho a elegir a su sucesor o debía aceptar a su heredero natural? En el presidencialismo argentino, la indisponibilidad es absoluta: el Presidente no puede remover al vice ni puede nombrar uno nuevo en caso de vacante. Así quedó Cristina atada a Cobos durante más de tres años a partir del famoso voto no positivo. Parecería que Alberto no tomó nota de esa lección.
Veamos qué ocurre a este respecto en los otros escenarios de la semana; es posible encontrar en ellos alguna pista para entender mejor el argentino. Ni Felipe ni Biden pueden remover a sus sucesoras, pero ninguno parece necesitarlo: ambos duermen a pierna suelta. El español, sabiendo a Leonor a cargo de una parte de las obligaciones de la Corona; el estadounidense, teniendo a Kamala Harris a su lado. Al contrario, Alberto Fernández y Pedro Sánchez forjaron alianzas con vices junto a los cuales no duermen tranquilos. Pero hay entre las situaciones de ambos una diferencia taxativa, que radica precisamente en la (in)disponibilidad: Fernández no tiene mecanismos legales para remover a su vice, mientras que Sánchez podía desplazar a Iglesias en cualquier momento (no sin dificultades políticas, pero al menos sin trabas legales-institucionales). Es decir que Fernández no solamente eligió explorar el interior de la jaula de los leones, sino que además escogió una jaula cuya puerta, una vez el Presidente ha entrado, queda cerrada bajo siete llaves durante cuatro años.
La otra lección de la historia política se cifra en el mecanismo de asociación al trono. Es una fórmula utilizada en el pasado y aún en el presente por numerosas monarquías. Consiste en ir incorporando progresivamente al sucesor a las tareas de reinado mientras el titular aún ocupa su cargo –y eventualmente en otorgarle el título que le garantiza la sucesión–.Detrás de este mecanismo hay dos intenciones: primero, que el heredero se vaya ejercitando en las labores reales y que su figura vaya adquiriendo visibilidad y legitimidad. Pero la que aquí interesa es la segunda intención: evitar que el sucesor decapite (política o físicamente) al monarca para hacerse con el poder antes de tiempo. La tensión entre titulares y sucesores no es una germinación reciente; muy al contrario, es tan antigua como el poder mismo. Precisamente por eso, quienes tomaron nota del pasado introdujeron dispositivos como la asociación al trono, que permiten mantener esa tensión bajo control. Parecería que Alberto Fernández pasó por alto también esas páginas de la historia: además de meterse en la jaula de los leones bajo siete llaves, lo hizo sin equipo de protección personal.
“Cuando él habla, habla por mí”. No es la letra de una canción de amor, sino la frase, tan sintética como potente, que condensa el último gran invento argentino: la Vicepresidencia ventrílocua.
Ahora bien, ¿Qué problema hay en que haya dos copresidentes, en que la vice tenga más poder que el presidente, en que éste hable por aquélla? Hay instituciones diseñadas para tiempos normales, e instituciones pensadas para cuando las cosas van mal. La vicepresidencia, naturalmente, se cuenta entre las segundas: está ahí para cubrir una eventual anormalidad, inesperada e indeseable, como la muerte o la renuncia del presidente. La propia lógica de su existencia nos obliga a pensar en que las cosas pueden ir mal en ese sentido, pero también en otros. Por ejemplo, las relaciones presidente-vice se pueden deteriorar. Así ha ocurrido, en efecto, con casi todos los Ejecutivos del pasado, y así lo ha visto desde primera fila Alberto Fernández cuando hubo enfrentamientos entre Néstor Kirchner y Daniel Scioli, y luego entre Cristina Fernández y Julio Cobos. ¿Qué factor permitió entonces mantener el equilibrio de esos Ejecutivos? Indudablemente el hecho de que el presidente tenía más poder que el vice; que éste tenía una capacidad muy limitada para desestabilizar al primero. Es un equilibrio de fuerzas que tanto Néstor como Cristina conocían al diseñar sus respectivas fórmulas. Se adentraban en la jaula de los leoncillos; si estos se retobaban, podían enderezarlos, como Néstor a Scioli, o arrinconarlos, como Cristina a Cobos.
Alberto, además de meterse en la jaula de las fieras bajo siete llaves y sin equipo de protección personal, eligió la jaula de los leones hambrientos. Quizá por eso, más que por la pandemia, el Presidente le puso el broche de oro a esa prolífica semana en una entrevista radiofónica: “Me cuesta dormir”.
El autor es profesor de Ciencia Política, Universidad de Estocolmo y Universidad de Girona
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