Las quebradas del norte argentino son postales únicas y en ellas hay lugares que se esconden entre pedazos de cielo y tierra, suspendidos en el aire y el tiempo.

Fue fundado en el año 1753, sin embargo su origen se remonta a un siglo anterior. Actas de nacimiento encontrados en la parroquia de Humahuaca en la provincia de Jujuy, testifican que un siglo antes de su fundación ya estaban asentados habitantes en el lugar.
Son sobre todo asentamientos indígenas cuyos antecedentes más remotos son los ocloyas, un pueblo perteneciente a la etnia kolla, quienes a su vez, derivan del kollasuyo, una de las cuatro regiones del antiguo Tahuantinsuyo (imperio incaico).
Para los pueblos aborígenes incaicos el trueque era el eje del intercambio económico entre comunidades, que se sostiene hasta hoy para subsistir entre su gente.
Desde la ruta de ripio que une Humahuaca con Iruya, único ingreso al pueblo hasta sus casitas de adobe, piedra y barro es un paisaje de encanto.

Solo se ingresa por Jujuy desde la Ruta Nacional 9, hasta empalmar con la Ruta Provincial 13, donde un cartel anuncia el camino, que es de tierra y está surcado por numerosos ríos. Se llega a Iturbe, luego al paraje Abra del Cóndor. De allí son 19 km hasta Iruya, surcados por vistas impresionantes, curvas y contracurvas.

La vida ancestral se topa con la cotidianeidad de calles tranquilas y silenciosas.

Iruya proviene del quechua y significa abundante paja. Fue un pueblo de tránsito entre el Alto Perú y las nuevas poblaciones que comenzaban a levantarse en la región.
La iglesia Virgen de Nuestra Señora del Rosario data de 1753, cuando se fundó y las fiestas en su nombre forman parte del acervo cultural, mezcla de pueblo originario y colonial en esa historia que nos une.

También se destaca el carnaval iruyeño o las ofrendas a la pachamama, que asombran a miles de curiosos que buscan una forma de acercarse a lo más puro que aún queda de los pueblos originarios.
En los alrededores se encuentran numerosos parajes para visitar, muchos de ellos a los que se accede solo a lomo de burro.
Los ponchos, medias, gorros, tapices y mantas artesanales confeccionadas con lana de llama y oveja son típicos.

San Isidro es una de las joyas del pasado a las que se puede acceder desde Iruya.
El viaje puede realizarse sobre alguno de los caballos que allí se alquilan o bien a pie siguiendo durante casi una hora el cauce seco del río. Así, se asciende a uno de los puntos más pintorescos y coloridos de estas montañas.

Otro de los atractivos de Iruya es el vuelo de sus cóndores.
Es uno de los pocos lugares en el mundo donde el vuelo del cóndor no sólo puede verse, sino que también se escucha. Un invitación para detenerse y seguirlo con la vista hasta escuchar cómo las alas de este pájaro milenario cortan el viento.

En Iruya la sintonía de colores se une con el cielo, el silencio se entrevera con su gente y la brisa del tiempo parece suspenderse para el disfrute de los sentidos.
