La intensificación de operaciones marítimas de Estados Unidos en aguas cercanas a Venezuela coincide con el momento políticamente más incómodo de Donald Trump desde su regreso al poder: la reaparición del caso Jeffrey Epstein y la difusión de documentos y fotografías que exponen su antigua cercanía con el criminal sexual -quién se habría suicidado en 2019 mientras estaba detenido en Nueva York-. Mientras la Casa Blanca invoca sanciones y seguridad internacional, crecen las sospechas sobre una maniobra clásica de distracción política.
JORGE Brizuela Cáceres
El Federal Noticias



Operativos en el Caribe: hechos, no palabras
En menos de dos semanas, la Guardia Costera de Estados Unidos ejecutó o inició al menos tres operaciones contra buques petroleros sancionados en aguas internacionales próximas a Venezuela. El caso más reciente involucra al Bella 1, un petrolero de gran porte incluido en la lista del Departamento del Tesoro por sus presuntos vínculos con Irán.
No se trata de declaraciones altisonantes ni de advertencias diplomáticas. Son acciones operativas concretas, con despliegue naval, persecución y potencial interdicción. Desde Washington, la explicación oficial es clara: cumplimiento del régimen de sanciones, combate a la evasión financiera y defensa de la legalidad internacional.
Sin embargo, la reiteración y aceleración de estos operativos marcan un cambio de ritmo. La política hacia Venezuela —históricamente dura pero intermitente— entra en una fase de máxima visibilidad, con imágenes, comunicados oficiales y repercusiones globales cuidadosamente amplificadas.



Venezuela e Irán: enemigos funcionales
Desde una lógica estratégica, la elección del escenario no parece casual. Venezuela representa un adversario ya legitimado ante la opinión pública estadounidense, especialmente en sectores conservadores y liberales clásicos. Irán, por su parte, funciona como amplificador simbólico: cualquier acción que lo afecte indirectamente refuerza la narrativa de seguridad global.
La combinación permite un encuadre simple y eficaz:
- Estados Unidos como garante del orden internacional.
- Regímenes autoritarios como amenaza sistémica.
- Fuerzas armadas y agencias de seguridad como actores racionales.
El costo político interno es bajo. El rendimiento simbólico, alto.



ESta foto de archivo del 28 de marzo de 2017 proporcionada por el Registro de Agresores Sexuales del Estado de Nueva York muestra a Jeffrey Epstein
EEUU-FINANCISTA ACUSADO-TESTAMENTO – 18 Jul 2019
El otro frente: Epstein vuelve a escena
Mientras los buques son perseguidos en el Caribe, en Washington reaparece un fantasma que el trumpismo prefería dejar atrás: Jeffrey Epstein. La liberación parcial de documentos judiciales y la restauración de fotografías retiradas momentáneamente volvieron a colocar al presidente en una zona incómoda.
No existen, hasta ahora, pruebas judiciales que vinculen directamente a Donald Trump con los delitos de Epstein. Pero las imágenes, los registros sociales y los testimonios reabren una pregunta política inevitable: ¿qué tan estrecha fue esa relación y por qué sigue generando incomodidad?
La Casa Blanca insiste en que las redacciones buscan proteger a las víctimas. Sin embargo, las críticas ya no provienen solo de la oposición: sectores republicanos cuestionan la falta de transparencia y el manejo selectivo de la información.



El político que rompió el silencio
En este contexto, el gobernador de Illinois, JB Pritzker, formuló una advertencia directa: Trump podría estar intentando desviar la atención pública mediante una escalada externa del conflicto con Venezuela.
La declaración no es neutra ni inocente. Proviene de un dirigente opositor con ambiciones nacionales. Pero su valor no radica únicamente en la acusación, sino en algo más profundo: pone en voz alta una sospecha que ya circula en ámbitos periodísticos y académicos.
Cuando un frente interno amenaza con erosionar la legitimidad, la política exterior suele ofrecer una salida narrativa. Es la versión de las relaciones internacionales de «elige tu propio enemigo».
Distracción y poder: un manual conocido
La teoría política lo describe desde hace décadas: diversionary foreign policy. No implica inventar conflictos, sino priorizar, intensificar o visibilizar aquellos que resultan funcionales al liderazgo.
En el caso de Trump, el recurso no es nuevo. China, Irán, la migración y el terrorismo han sido utilizados en distintos momentos como ejes de reencuadre, especialmente cuando la agenda doméstica se volvía adversa.
La diferencia, esta vez, es el detonante: no se trata de una crisis económica ni de una investigación administrativa, sino de un elemento profundamente corrosivo en términos simbólicos: la cercanía con un delincuente sexual condenado, una figura que genera repulsión transversal en la sociedad estadounidense.
¿Cortina de humo o coincidencia estratégica?
No existen pruebas documentales que permitan afirmar que la Casa Blanca diseñó estas operaciones exclusivamente para tapar el caso Epstein. Sostener eso sería una simplificación impropia del análisis serio.
Pero en política, las decisiones rara vez responden a una sola causa. Una acción puede ser legal, estratégica y, al mismo tiempo, comunicacionalmente funcional.
La coincidencia temporal, la intensidad de los operativos y el momento político interno conforman un patrón sugestivo, aunque no concluyente.
El riesgo de gobernar a fuerza de ruido
Desde una mirada liberal-republicana clásica, el problema no es ejercer poder en política exterior, sino utilizarlo como anestesia interna. Cuando la seguridad internacional se convierte en herramienta de distracción, se erosiona la confianza pública y se debilita la institucionalidad.
La pregunta de fondo no es solo qué ocurre en el Caribe, sino qué se intenta silenciar en Washington.
Un tablero abierto
El caso Epstein no está cerrado. Nuevos documentos pueden emerger. Las investigaciones legislativas siguen latentes. Y la política exterior estadounidense parece haber entrado en una fase de mayor fricción.
Entre buques perseguidos y archivos judiciales reabiertos, la administración Trump enfrenta un dilema clásico del poder: resolver el problema de fondo o subir el volumen del conflicto externo.
Por ahora, ambas agendas avanzan en paralelo. Pero la historia reciente demuestra que, cuando el ruido internacional crece demasiado rápido, rara vez es solo por razones técnicas.
