La relación entre los grupos subversivos, campesinos de la década del setenta y lo que está ocurriendo en algunos países de latinoamérica. ¿Cuál es el destino de la Argentina?
POR Sergio Eduardo Capozzi*
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
Cuando era chico, vivía junto a mis viejos en un departamento de la calle Paraguay al 2500, ciudad de Buenos Aires. Mi vieja sostenía que vivíamos en barrio Norte, mi viejo en Balvanera y yo comprobé, viendo los sábados a decenas de hombres vestidos con trajes color negro y kipas en sus cabezas que ese barrio era El Once. Paraguay esquina Ecuador.
Eran tiempos convulsionados en la Argentina. La presidente María Estela Martínez firmaba en 1975 varios decretos que se conocen como de aniquilamiento de los movimientos subversivos. Muchos eran los frentes de combate: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Montoneros (que pasaba a la clandestinidad) y decenas de grupos más pequeños pero no menos violentos como FAR, FAP, OCPO, GOR y tantos otros. ¿Cómo terminaron esos enfrentamientos? Es más que sabido: con un gobierno derrocado por el más sangriento de los golpes de Estado.
Durante los años sesenta y principios de los setenta, el peronismo -aparentemente en su afán de lograr el regreso de su líder exiliado- abordó distintos caminos. Como perros rabiosos que corren tras una misma presa y terminan dándose dentelladas entre ellos, los peronistas se mataban unos a otros.
En 1974 la organización paramilitar Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A), liderada entre otros por el entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega, hombre fuerte del tercer gobierno de Perón, y luego de María Estela, tuvo como blanco a otros peronistas: los echados de la plaza de Mayo, los que cantaban “¿qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular? y “Perón, Evita, la patria socialista”.
Paralelamente, desde la provincia de Tucumán llegaban noticias más que preocupantes: combatientes del ERP (marxistas leninistas) marchaban sobre distintos poblados del monte tucumano exhibiendo sus banderas y declarando la independencia de esa provincia con relación a la Argentina. No faltó mucho para que lo lograran. ¿Por qué fracasaron? Porque no lograron cooptar al campesinado, lo mismo que le había sucedido al Che Guevara en Bolivia.
Quien fuera unos de los líderes del ERP, Juan Arnold Kremer (Luis Mattini, tal su nombre de guerra), sostuvo en una nota periodística que “la historia es la historia y hay que hacerla con la verdad. Pero la verdad es que nosotros nunca pensamos en la democracia. Nosotros pensábamos en la democracia en términos de Lenín, como un paso, un instrumento para el socialismo, teníamos toda la concepción leninista más dura. Para nosotros la sociedad socialista tenía una etapa previa que era la dictadura del proletariado; y en eso que no se hagan los desentendidos…como dijo el Che hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos; atacarlo donde quiera que se encuentre: hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite…”. (entrevista en YouTube, biblioteca Mariano Moreno, 23 de junio de 2017).
El distanciamiento de la realidad de la vanguardia de extrema izquierda fue advertida por el destacado pensador y fundador del partido comunista italiano Antonio Gramsci. Este autor propuso, a mediados del siglo XX, un marxismo al que llamó «filosofía de la práctica». Y esa práctica le demostró, en el caso concreto de Latinoamérica que Castro, Guevara y sus seguidores habían equivocado el rumbo: no se iba a conquistar el pensamiento de los campesinos quemándole sus diminutas plantaciones ni hablándole de propiedad colectiva. Había que ir a un lugar mucho más profundo en sus sentimientos, poner en claro que el enemigo a atacar es el opresor blanco, el conquistador.
Los Kirchner llegaron al gobierno desprovistos de poder y había que buscarlo en algún lado. Alguien, allá por el 2003, les sugirió recoger las ideas de Gramsci, de Ernesto Laclau y agregarle al coctel molotov el pensamiento de Álvaro García Linera, dirigente y ex vicepresidente boliviano, que sostenía que “para derrotar a la derecha deben usarse medidas radicales.”
Las bombas estaban listas y explotaron en México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Chile y en parte de Argentina. A los movimientos guerrilleros había que reinventarlos, memoria y justicia, y a los pueblos originarios, empoderarlos. Al lema del presidente Julio Argentino Roca (gobernar en paz y administración) y a la leyenda que aún se observa en la bandera brasileña (Ordem e Progresso) había que sustituirlos por la voluntad popular aunque esta fuera antidemocrática. Al institucionalismo se lo combate con populismo insurrecto. Pero estos procesos no son baratos, hay que financiarlos.
La campaña indigenista y el movimiento indígena tienen que ser seductores, reivindicando la lengua, creencias, costumbres y sobre todo la organización social. No basta con que el blanco opresor dedique un artículo de su Constitución a reconocer la preexistencia de los pueblos originarios, hay que desconocer al Estado y su forma demócrata republicana. Los pueblos indígenas deliberan y se gobiernan a través de asambleas populares, algo así como los soviets. El concepto gramsciano de “revolución pasiva” se transformó en acciones violentas con un gran patrocinador: el narcotráfico.
La pregunta es ¿Estos movimientos necesitan del narcoterrorismo para financiarse o, el narcoterrorismo utiliza al indigenismo para apropiarse de vastos territorios que se convierten en zonas liberadas? Hace un par de años, el dirigente de la CAM (Coordinadora Arauco Malleco) Emilio Berkhoff fue detenido cuando trasportaba poco menos de una tonelada de cocaína desde la región del Bío Bío, al sur de Chile. Son millares de hectáreas liberadas donde las fuerzas armadas chilenas no pueden ingresar. Recordemos que la ministra del interior Izkia Siches quiso hacerlo y fue atacada con armas de fuego.
Aclaración necesaria: las nuevas expresiones identitarias y populares hay que respetarlas, más de quinientos años de aniquilamiento y sometimiento de los pueblos originarios deben tener un final, la conciliación con una novedosa forma de constituirse dentro de su relación con la democracia. Lo inadmisible es la utilización de esta realidad para generar conflictos internos y en muchos casos internacionales, segregacionistas.
Hace décadas que Colombia viene luchando contra el narco instalado en sus selvas y montañas que, al amparo de grupos indígenas, llegó a convertir a Medellín en la ciudad más violenta del mundo.
Honduras mantiene una guerra sin cuartel contra las maras.
Considerado hace sólo unos años como uno de los países más pacíficos de la región, Ecuador, hoy vive la peor crisis de inseguridad de su historia. Entre enero y junio de 2023 se registraron 3.513 asesinatos, lo que significa un aumento del 58% respecto al 2022. Ese año la tasa de homicidios fue de 26 por cada 100.000 habitantes, y en la actualidad ya se ubica en 20, con una tendencia a crecer, con lo que se estima que a final del año cerraría en 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, convirtiéndose en el país más violento de la región.
La semana pasada pudimos ver como bandas de narcotraficantes (se estima que cuentan con más de 20.000 integrantes) se apoderaban de canales de televisión, asolaban las calles de las principales ciudades ecuatorianas, produciendo un número no determinado de muertos y heridos, al tiempo que lanzaban un ultimátum al gobierno. Paraguay no llega a los mismos niveles de Ecuador, sin embargo hoy ocupa un lugar privilegiado entre los países con mayor criminalidad organizada. Recientemente, gracias a la operación Dakovo se reveló la implicación de altos mandos militares con el tráfico de armas cuyo comprador es el narco.
¿Cómo confluye la lucha armada subversiva de los ´70 con el indigenismo y el narcotráfico en Argentina? Pues bien, aquellos jóvenes viejos idealistas se han reinventado, algunos formaron parte del anterior gobierno y, directa o indirectamente, han apoyado sistemáticamente el ataque a la propiedad privada. Desde organismos como el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas han reconocido derechos a comunidades que no lograban demostrar la posesión tradicional, pacífica y ancestral. Le proporcionaron asistencia legal y logística a grupos violentes (entre ellos la Resistencia Ancestral Mapuche que no se cansa de desconocer la existencia del Estado Argentino).
Durante la anterior gestión de Patricia Bullrich al frente del Ministerio de Seguridad la lucha contra el narcotráfico logró resultados admirables. Sin ir más lejos, en Rosario, la tasa de homicidios vinculados con la droga disminuyó cerca del 30%. Sin embargo, todo lo que se había avanzado se perdió y aún más. Hoy los narcos obligaron al gobernador de Santa Fe a mudar a su familia fuera de la provincia.
Todos los jefes penitenciarios han sido amenazados de muerte.
Bullrich, a poco de iniciar segunda etapa al frente del Ministerio de Seguridad, visita a la Triple Frontera. La elección no es causal. Quiere ver con sus propios ojos cómo operan las organizaciones narcoterroristas para coordinar con Brasil y Paraguay los pasos a seguir para enfrentarlas.
Estamos a tiempo. Cuando yo era chico vivía en la calle Paraguay y la calle Ecuador estaba a la vuelta de la esquina. Era un barrio tranquilo donde valía la pena vivir. No quiero llegar a Ecuador, quiero caminar con otro rumbo.
*El autor es diputado nacional por Río Negro